martes, 10 de julio de 2007
La hora final.
El cuento es bien simple. Me llegó un correo electrónico especial. Era la invitación de un amigo a otra reunión más de la Revolución en curso. Todo bien. Unos duendes, sin embargo se tragaron mi billetera y apareció al otro lado del teléfono, en voz de una mujer misteriosa. Ni tarjeta Bip, ni monedas. Sólo un gran camino que recorrer. Entonces me largué a la estrada. Bajo la inclemencia de un invierno duro. Las portadas de los diarios lloraban la partida de Marcelo Salas porque la Selección ya no es lo mismo que fue. Mis conciudadanos no advertían sin embargo, el fuerte olor a azufre, ni los sonidos de los aleteos del Dragón que se cernía sobre Santiago. Por suerte yo andaba con la Excalibur que alguna vez me conseguí en una oferta del Mall de la esquina. Agarré la espada a brazo firme y lo esperé. Mis pensamientos recordaron la fuerza del viento y la perseverancia de las mareas que logran dibujar las montañas y esculpir roqueríos y seguí esperando. Como ven en la foto que coloco en este blog, el dragón no era muy bonito. De todos modos, me hice a la idea del coraje y en el momento en que inspiró su última bocanada para echarme el fuego encima, le asesté un golpe mortal entre las sienes. Caput. Cayó en Avenida Vicuña Mackenna. Cerca de la sede de la Fech. Justo andaba la directiva y otros Presidentes de Federeciones diversas. Respiré hondo. Calmé mis latidos. Pensé en la cultura de la Paz y abrí los ojos. Los paraderos seguían atestados de gente, Transantiago igual no más. La angustia de ayer cedió a una depresión desanimada... aunque uno que otro, tenía la columna derecha y ciertamente trabajaba sus pensamientos para apurar el tranco a la llegada de la era dorada. Me pregunto. ¿Acaso matar dragones está excluído del mantra Ahimsa?
Agente 88
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